lunes, 31 de marzo de 2014

La pluma.

Un águila marron con manchas blancas alza el vuelo y surca los vientos con una maestría que resulta admirable. No hay nada que se escape a ese ojo que todo lo ve, el lago transparente, la oveja sin rebaño, ese animal que no distingue pero que está herido, todos esos arboles que rellenan el paisaje de un marrón otoñal.
Nada se escapa a su ojo.
Sigue volando y poco a poco va elevando la altura hasta que decide caer en picado. En ese mismo instante, en esos pocos segundos se ve una pluma desprenderse del cuerpo del animal, una pluma de un blanco resplandeciente.
Mientras el ave se aleja y sigue cortando los vientos con su pico dorado, la pluma se queda descendiendo en el aire poco a poco, siendo maltratada por el viento el cual la zarandea con agresividad. De fondo se escucha el sonido del grito del águila. Y ahí sigue la pluma, resistiendo al maltrato, hasta que acaba en el lago. Es arrastrada por el lago, a veces a la derecha, otras a la izquierda. Esta sola, nadie la acompaña, a partir de ahora vivirá con miedo de tener que enfrentarse a las adversidades sola.
Nadie acompaña a la pluma.
Y eso duele.