El grafito de mi lápiz y
la tinta de mi boli yacen casi muertos, en el suelo, derrotados y agotados de
tanto escribir en tu honor
Aun así, ellos siguen ahí, siguen
conmigo, siguen hacia delante, siguen por mí, porque me entienden y, dada mi
situación, encontrar a alguien que me entienda y me acompañe en todo momento es
muy difícil, prácticamente imposible, pero aquí siguen, aquí están ellos, ellos
saben que les valoro y yo sé que me valoran pero ello no quita que estén
agotados por mi culpa… o quizás por tu culpa, están derrotados y todo por tu
culpa, joder, porque no puedo parar de dedicarle palabras, textos y
poemas a tu fino rostro. ¿No ves que lo único que consigues es hacer daño? Sé
qué no es tu culpa… o si… o es solamente mía, no lo sé, pero podrías hacerme el
favor de irte, de irte y no volver, de irte y desaparecer.
La cantidad de textos que te escribo
y nunca verán la luz, el extenso número de cartas dispuestas a ser enviadas a
tu buzón que todavía en mi cajón escondo… sigo pensando que todas ellas nunca
serán entregadas ni leídas por nadie. Y todo por tu culpa. Tú tienes la culpa
de que me quede sólo con mi insomnio por la noche con un papel y un lápiz entre
las manos, tú tienes la culpa de mis sueños y pesadillas en los que aparece tu
mirada marrón de las que me despierto de madrugada sudado y paralizado por las
rodillas. Y todo por tu culpa. Tú tienes la culpa de la pila de papeles que
llevan grabado a tinta tu nombre y, a día de hoy, guardo escondidos en mi
cajón.
Es tu culpa. Todo este sufrimiento
que siento en mis carnes es por tu culpa, por todo el daño que me has hecho. Y
todo por tu culpa. Es tu culpa que yo te ame tanto, es tu culpa que no pueda
sacarte de mi cabeza, es tu culpa haberme enamorado.
Me gustaría que tu imagen, tu
persona, fuera como uno de mis tachones, esos que hago cuando me equivoco, esos
que hago con mis errores.