Desde que se fue todo me sale mal, no doy una a derechas y
lo único que hago es cagarla día tras día pensando que si ella estuviese aquí todo
eso cambiaría, que aunque todo me saliese mal tenía una dama pelirroja con los
ojos marrones como la madera que me abrazo cuando lo necesitaba y cuando no.
Sus abrazos eran una fuente de inspiración en los días de
sequía de palabras, eran los días de verano caliente después de un diluvio,
eran cada una de las de las páginas que tenía aquel abandonado diario al que
ahora llamo vida, solo bastaba decirle que la necesitaba y al minuto me volvía
otra vez persona cuando la veía aparecer por aquella esquina en la que habían
pasado tantos acontecimientos reales y ficticios, era nuestro lugar de
encuentro, nuestro nido aquel lugar abandonado y gris que cuando juntábamos
nuestros labios a su lado se volvía azul.
Pero ahora no está y no estoy seguro del porqué de su
marcha, pero ahora ya es demasiado tarde de su ida ahora solo me aprovisiono de
su recuerdo, del recuerdo que tengo de sus mejillas, de sus labios finos, de
sus ojos y de su boca.