Estás en el más profundo de tus sueños cuando te despiertas,
sobresaltado, te pones la ropa y empiezas a correr, empiezas a correr por una
calle vacía y silenciosa en el que el único sonido que se puede detectar es el
de tus pies maltratando al suelo de baldosas grises.
Ves pasar las casas rápidamente y, por eso, no puedes
apreciar mucho sus rasgos, lo único que puedes admirar son sus fachadas, lo
primero que ves son las dos ventanas del piso de arriba ya maltratado y sucio
por la edad y el abandono y la pared pintada de color blanco.
No paras de correr, no sabes por que pero tú sigues
corriendo, tienes algo encima, no sabes que es pero que te tienes que quitar
como sea. El terreno da un cambio de 180 grados, has pasado de las baldosas a
la arena, de lo gris a lo amarillo picante, de pisar el suelo duro, con
seguridad a pasar a ir más rápido para que no se te hunda el pie en la arena.
Sigues corriendo y, de repente, notas fatiga, la fatiga que
has ido acumulando durante toda tu carrera sin sentido alguno. Tu número de
respiraciones se multiplican y tu ritmo de latidos de corazón se disparan.
Al cabo de diez minutos tu velocidad disminuye
considerablemente pero, con la velocidad de un águila y el sigilo de una
pantera preparada para el ataque, se te aparece algo en la mente, solo tú sabes
lo que es, solo tú, pero a causa de esa imagen aumentas el ritmo, tanto, que se
convierte en un Sprint.
Al cabo de treinta segundos reúnes todo tu coraje y paras en
seco, cierras los ojos y respiras profundamente, das la última inhalación y te
das la vuelta y te enfrentas a eso que te perseguía.
Le plantas cara a tus mayores miedos, tales como la
oscuridad, las arañas o…
… o el miedo a enamorarte.
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