domingo, 16 de diciembre de 2012

No huyas


Estás en el más profundo de tus sueños cuando te despiertas, sobresaltado, te pones la ropa y empiezas a correr, empiezas a correr por una calle vacía y silenciosa en el que el único sonido que se puede detectar es el de tus pies maltratando al suelo de baldosas grises.
Ves pasar las casas rápidamente y, por eso, no puedes apreciar mucho sus rasgos, lo único que puedes admirar son sus fachadas, lo primero que ves son las dos ventanas del piso de arriba ya maltratado y sucio por la edad y el abandono y la pared pintada de color blanco.
No paras de correr, no sabes por que pero tú sigues corriendo, tienes algo encima, no sabes que es pero que te tienes que quitar como sea. El terreno da un cambio de 180 grados, has pasado de las baldosas a la arena, de lo gris a lo amarillo picante, de pisar el suelo duro, con seguridad a pasar a ir más rápido para que no se te hunda el pie en la arena.
Sigues corriendo y, de repente, notas fatiga, la fatiga que has ido acumulando durante toda tu carrera sin sentido alguno. Tu número de respiraciones se multiplican y tu ritmo de latidos de corazón se disparan.
Al cabo de diez minutos tu velocidad disminuye considerablemente pero, con la velocidad de un águila y el sigilo de una pantera preparada para el ataque, se te aparece algo en la mente, solo tú sabes lo que es, solo tú, pero a causa de esa imagen aumentas el ritmo, tanto, que se convierte en un Sprint.
Al cabo de treinta segundos reúnes todo tu coraje y paras en seco, cierras los ojos y respiras profundamente, das la última inhalación y te das la vuelta y te enfrentas a eso que te perseguía.
Le plantas cara a tus mayores miedos, tales como la oscuridad, las arañas o…





… o el miedo a enamorarte.

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