viernes, 28 de agosto de 2015

Antónimos

Éramos el norte y el sur, el este y el oeste. El día, la noche. El sol y el mar. El ying y el yang, almas completamente distintas luchando por ser una misma. La derecha y la izquierda, polos opuestos.
Éramos aquellas personas que se unen por inercia, que se besan por pasión, que se abrazan por necesidad, que se acarician por amor.
Éramos el fuego y el hielo. Éramos aquello increíblemente inexplicable. Éramos aquellos que buscaban la explicación en el sentimiento de un abrazo, aquellas explicaciones que sólo se podían encontrar en la última gota de aire del último suspiro entrecortado que surge de un beso.
Éramos blanco y negro. Ese impredecible contraste que se mira a los ojos y libera una inercia que da como resultado dos cuerpos fusionados, dos bocas unidas, los dedos entrelazados.
El suelo y el cielo. Aquello tan lejano que en el horizonte se fusiona. Aquello tan imposible que siempre funciona.
Éramos frío y calor. Éramos el agua desapareciendo junto al fuego.
Éramos opuestos.
Lo éramos.

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