viernes, 26 de julio de 2013

Todo tiene un final.

Aceptémoslo, todo acaba, podemos estar tan cegados por una persona que parezca infinito pero no nos engañemos, eso acabará.

Como una ola al romperse por chocar contra un acantilado, como un papel que se quema poco a poco hasta que llega al punto en el que se desvanece por completo, como un coche que se aleja a toda velocidad a pesar de que lo intentas alcanzar con todas tus fuerzas. Como aquella lágrima que murió bajando ligeramente por su cuello. Como ese colgante que le regalaste y ahora, seguramente, yacerá en un cajón lleno de cosas inútiles, si no está en la basura.

Ese metal oxidado, ese papel roto, ese reloj que cesa su tick tock.

Esa última canción que escuchaste en su cuarto mientras la acariciabas.

Esa última esperanza de que se quedara junto a ti.

Quizás podría haber hecho algo más para que se quedara aquí, algo más para que no se marchara, quizás. Quizás no, quizás me habrían mandado a la mierda una y otra vez hicieras lo que hicieras.
Quizás no debería, desde que se fue, haberme quedado noches enteras reviviendo momentos que para lo único que sirve es para quedarme en vela maldiciendo el momento en el que la conocí.

Y no nos engañemos por que todo se desvanece, parece que no, pensamos que no, pero nos engañamos.



Quizás no debería haber sido tan gilipollas de enamorarme.

Ahora vivo con el miedo de que su recuerdo también se desvanezca de mi cabeza.

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