Pero ahí
sigue; no se va. Se me queda mirando con su mirada de madera fina y reluciente.
Pero no se va. Se queda sentada, sigue ahí, sonriéndome; es una sonrisa
triunfal. La reconozco. Pero no te quiero aquí. No ahora. Sé que decirle de
nuevo que se vaya no la hará moverse ni un mísero ápice pero yo lo intento y lo
vuelvo a intentar hasta que tengo las mejillas rojas. Pero ella sigue ahí. Es
como si disfrutara verme gritarla. Pero no es así. Sonríe porque sabe que sé
que todo lo que diga será inútil. Es una sonrisa pícara, triunfal y mi mirada
hacia ella intenta ser de odio. Lo intenta. No me sale mirarla con odio. Parece
fácil pero no. Al final opto por sentarme en la silla de madera que hay frente
a ella. La silla es suave y huele bien. Ahí sigue ella, su sonrisa y mirada,
sentada en el suelo apoyada sobre la pared. ¿Por qué no se va? No lo entiendo…
solo sirve para hundirse más. Mantengo la mirada fija en sus pupilas y un
segundo después me recuesto sobre el respaldo de la silla y miro al techo, no sé
qué busco pero algo está claro: tengo que tranquilizarme.
Bajo la
mirada y ella sigue ahí. Me pone muy nervioso. Cada vez que nuestras miradas se
juntan es como que el mundo se paraliza y sólo estamos nosotros. Se levanta. Ya
no sonríe como antes pero sigue igual de contenta. Cierro los ojos. Por el
taconeo de sus pasos sobre el suelo se que me está rodeando. Abro los ojos y,
si mis oídos no me fallan, está justo detrás de mí. Siento su respiración en la
nuca. Me revuelve el pelo. Debería apartarle la mano pero no. Me encanta esta
sensación… es… revitalizante. Termina la vuelta alrededor de la silla y se
encuentra frente a mí. Miro hacia arriba. Su sonrisa sigue en pie. No me
extraña. ¿Qué hago? Se retira unos pasos y vuelve a su pared pero no se sienta,
solamente se recuesta y apoya un pie. Sigue mirándome. ¿A qué coño espera?
Estoy confundido. Me levanto. Las piernas me tiemblan. Ella extiende sus brazos
y avanza hacia mí. Pretende abrazarme. Espero que sólo sea un abrazo. Otro
paso. Su sonrisa no baja, todo lo contrario. Ha llegado hacia mí y me rodea con
sus brazos. No se que hacer. La agarro de las caderas y la junto más a mí.
Ahora que estamos abrazados no puedo permitir que pare. Siento que todavía hay
espacio entre nosotros y ella termina con ese espacio. Hundo mi cara en su pelo
y aspiro el aroma que desprende. Ella hace lo mismo, anticipándose a mis actos.
No quiero que esto acabe, ojalá pudiera parar el tiempo y vivir para siempre
con los labios pegados a su cuello. Tengo que reprimir las lágrimas. Respiro
hondo. Ya está. Ella me aprieta los brazos contra la espalda. ¿Qué hace? ¿Por
qué para? ¡Vuelve! ¡No te vayas! Te quiero… aquí… conmigo
Ella me
mira y articula, muy felizmente, la única frase que he escuchado de ella en
todo el día:
— ¿No
querías que me fuera?
No… si… no
lo se… no se lo que quiero… te quiero a ti.
Vuelve a
sentarse. No se si le importo y si esto para ella es sólo un juego. ¿Es un
juego? ¿Es un juego ideado por ella? Me encantaría pegarle una patada a la
silla. Pero no. Se echa levemente el pelo hacia atrás con los dedos. ¿Por qué
me gusta tanto que haga eso?… ¿Por qué me gusta tanto ella? Y se vuelve a
levantar, como si me leyese los pensamientos.
—Seguiré
aquí hasta que dejes de amarme, seguiré aquí hasta que dejes de pensar en mi a
todas horas, seguiré aquí mientras nuestras miradas se sigan cruzando y tú,
cada vez que eso ocurra, sientas una sensación electrizante aquí —Me acaricia
levemente con el índice el estómago —Seguiré aquí mucho tiempo más.
Vete de mi
mente, aleja tu recuerdo perfumado de mi nostalgia.
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