No puedo creer cómo en un metro sesenta puede haber tantas
cosas de que, si fueses ella, poder presumir, es increíble pararse a pensar
todo lo bueno que da al mundo y lo que le queda por dar, ese cuerpo de
escándalo que, en cada átomo que tiene, podría enamorar a cualquiera.
Me paro y la miro, la miro a escondidas, miradas que, cuando
lanzo mis pupilas a sus mejillas rosadas, quisiera que se parase el tiempo,
para poder mirarla durante todo el tiempo que quiera; podría estar mirándola
dos años y no me cansaría y, si hablo con ella, aún más, me encanta la manera
en que se ríe me encanta la manera en que me mira, me encantan sus ojos los
cuales, en una habitación a las 12 de la noche, podría iluminar hasta el más
remoto rincón, y lo mismo digo de su sonrisa, su sonrisa es algo fuera de lo
normal, me ilumina un día nublado, hace de sus defectos sus aliados para hacer
que, esos defectos, sean parte de ella, se unan uno a uno y sean dulces y carismáticos,
en lo que la piel de otro puede ser un enemigo mortal, ella lo convierte en su
aliado palabras dichas por ella y cito textualmente: ¿Por qué voy a odiar a
algo que está dentro de mí? ¿No sería más fácil llevarme bien con lo que sea
que tenga dentro, y no morir con ello? Esas palabras cuando me las dijo aquella
tarde de otoño me atontaron y, en cierto modo, cambiaron mi forma de pensar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario